lunes, 5 de marzo de 2012

Texto para Jujuy

Para una obra de teatro que va a presentarse en Jujuy, me pidieron un texto introductorio.

Que hablara de la elección de la Reina de los estudiantes, una celebración tradicional en la que siempre se elige a una chica blanca de familia aristocrática. Que también hablara de los Blaquier, el ingenio Ledesma, su pasado nefasto y Jujuy,de modo localista.

Este es el resultado.




Bendita yo, que en la carroza de mis días, soy blanca, nieve y cocaína.

Reina elegida de un oasis quebrado,

Soy la cumbre congelada

de este infierno terracota y macramé.



Yo, la débil esperanza occidental.

¡La reina de los estudiantes!

En tierras de Pachamama, soy la Blanca Madonna,

La perfecta pupila, la hija sumisa,



La sumisa hija de.



Devotos aprendices de San Luis María y Blaquier,

Estudiantes en llamas

¡escuchad la voz de su reina!

¡La reina de los estudiantes!

Sed cándidos feligreses del azúcar,

sed ese bolígrafo que derrame en el papel

la sangre azul de sus dueños,

la tinta invisible de sus desaparecidos,

el verde putrefacto de las dádivas que llegan

desde Rivadavia.



Y vosotras, pupilas, estudiantes mujeres,

Dejad que sus pestañas se abran,

al dorado sol de su hombre.

Que siempre la otra mejilla

resista el embate viril de la buena educación.


Sed, como yo,

Hermosa María de intacto intelecto,

Masa curvilínea y acrítica,

Aprendiz de apariencias

En colegios de alcurnia.



Las sumisas hijas de.

Seamos las flores de esta primavera

las correctas, prudentes y castas,

flores de la primavera jujeña

las coloridas flores que crezcan

sobre la tinta invisible

de esta nación.

La desmesura

Por momentos el amor y la desmesura me resultan tan parecidos que temo caer en el error de pensar que el amor es eso.

Todo lo que me conmueve, me conmueve por desmesurado.

La pasión de la Junta Histórica de Lugano.

Una torre de 300 metros que tuve la suerte de subir, en el ex Ital Park.

La resistencia del personaje de Tony Banderas en ¡Átame!

Una pareja de japoneses que de tanto que se querían pactaron no verse nunca más.

Dos de las pibas que viven en casa, que dan vida a más de 100 plantas día por día.


Donde acaba la economía, las cosas me conmueven.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Un argumento

Ayer lo pen´se en la clase de teatro. Sería así: un hombre y su esposa conversan sobre la muerte con su hijo de treinta años, retrasado mental. En algún momento, hablando de los deseos póstumos, el hombre comenta: “quisiera que me enterraran junto a vos, en el Pilar”. “Qué cosa decís, Norberto”, dice ella, con sonrojo y horror. El hombre muere de cáncer, el retrasado mata a la madre para que el deseo se cumpla.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Automaticos de borracho

Sus ojos nacieron el día en que la vi caer de una gota de Rocío y al salir del agua me acerqué a ella con un suspiro entre las manos y le dije que viese: “mirá”, le dije, “mirá”; entonces dos perlas asomaron por dentre sus orejas, un poco lastimadas por el pasto, y se posaron equidistantes de sus narices, casi como un yogurt, para comérsela a béselos, para comérsela…
Después nacieron sus piernas, sus manos, sus caderas. Pero esa es otra historia.

Cuando a un tiempo nacieron los sonidos del agua y del mar, yo estaba veraneando en Cancún, por entonces una inmensa playa sin más que palmeras secas, apenas acariciadas por una lluvia sin cauce. Recuerdo que vi las olas, que yo desconocía, claro, que eran así y que se llamaban olas, las vi acercarse como panteras descriptas por palitos de la selva, acercarse a miles de metros por minuto, o kilómetros, que es lo mismo decir, y entonces no pude evitar sentirme bien, sabía que con el mar y los ríos la Tierra tendría vida a lo pavote, para tirar para arriba.
Me reí un poco de las rocas, los gases, el fuego, que iban a sentir cierta invasión ahora que el agua se hacía presente, pero “que se jodan”, pensé, ellos se lo buscaron.

Todos los hombres somos el gran David que derribó a Goliat, y el gran Goliat que tropezó en la hora cumbre. Todos los hombres somos el horror, el espanto, el heroísmo y la tragedia, la pequeñez ensalsada y la grandeza corroída. Pero después de arrojarlo al suelo y de hacerlo comer polvo, derrotarlo y matarlo, después de su gran hazaña que lo enalteció y lo catapultó, qué mejor verbo, a las sienes de la historia, después de tan glorioso asesinato, el buen David seguía siendo un enano sucio con complejos de inferioridad; y el buen Goliat ese gran hombre que tuvo un mal día.

Tuve el ansia de sangre que demuestran las bestias al comer a otro ser vivo el día que Alma me tocó el timbre y me anunció que se había enamorado de otro. Ahí nomás me le tiré al cuello, agazapado, y se lo devoré con el placer que uno come la carne humana cuando sabe que por los gritos del ser comido, vendrá la policía, y que éste será el acto más placentero que uno ha de ejecutar en los próximos diez o veinte años. La comí desgarrándole los músculos del cuello, creo que alguna vez mencionó cierta contractura a la altura de las cervicales, yo, la verdad, no la noté. Sí, en cambio, noté sus senos blanditos, sus nalgas asables, sus poderosos gritos diciendo, una y otra vez, que no, no, que no. “De otro”, se había enamorado de otro. Qué gracioso. Alma, ojalá descanses en paz en algún lugar del inframundo. Que el paraíso tenga la delicadeza de tus ojos al rodar por el pavimento. Oh, Alma, ruega por mí.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Más Haikus

II

No somos uno.
No serás, en el alba,
yerba ni amor.

III

En el espejo
la mirada esquiva
es una sombra.

IV

El árbol crece
El bosque es hermoso
¿Quién nos verá?

V.

En la llovizna
respiro mis historias.
Y en el papel.

VI.

Los Buenos Aires
de sol, sonrisas amplias,
me dejan, se escapan.

VII.

Éste y otro,
Soy uno entre otros,
uno, y otro.

domingo, 9 de agosto de 2009

continúa

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III.
Ellos

Daiana en el banco de la plaza. Daiana en la fila bancaria cuenta pingüinos. Daiana lee La insoportable levedad del ser en el Parque Rivadavia. Daiana repite vueltas por Caballito: Quito, Rosario, Doblas, Rivadavia, Quito... Daiana vuelve, el día de pagar cuentas, a pagar cuentas, a contar pingüinos. Daiana toma depósitos y deposita. Abrigada Daiana deja pasar colectivos en la puerta del banco, enojados pingüinos le preguntan si sube, no, no sube, violentos pingüinos empujan a Daiana mojada, ¿toma el 1? no, no lo toma ¿aquí para el 36? no lo sabe; Daiana sólo desconoce, sola Daiana desconoce; sus ojos yerba mate más mojados que nunca, esperanzada Daiana mira la puerta del banco, esa máquina de girar pingüinos, el colectivo sube y baja pingüinos apurados, fruncidos, chiquitos, zigzagueantes, engripados pingüinos cautelosos, serios pingüinos a crédito, civilizados pingüinos de a pie, pingüinos decentes con carteras y maquillajes y pingüinitos de buen vestir, trajeados pingüinos de buen beber, inseguros pingüinos de buen votar; Daiana suspira, tres meses pasaron desde aquel depósito de ilusiones en un haiku azaroso, de un teléfono escrito en la palma de una mano, de una conversación de risas, colores y nombres equívocos, “qué es un nombre, ni brazo, ni semblante, ni cosa alguna que al hombre pertenezca”, otra vez Shakespeare, futuro en construcción, impotente Daiana desciende al andén, la anaconda eléctrica, a la señal, abre sus puertas, subterránea Daiana piensa en Umpa Lumpa y not to be.

Inmenso. Diego ha leído mucho. A los cinco años aprendió la letra A en la casa de tía Julia, entre perros san bernardo y olor a mate cocido “de verdad”, aquel que se hace colando yerba hervida. Su prima Lía le enseñó, de a sílabas, a escribir su nombre, el resto lo aprendió con la batalla naval y una revista. Ese verano leyó mucho, y el siguiente, y el siguiente. A los siete años se sorprendió con la boa que digiere un elefante. A los diez conoció a Dostoievsky, a los catorce comprendió para siempre las palabras nihilismo y proletariado. A los diecisiete se enojaba: Godot debería haber llegado. Sin jamás haber pasado necesidades, a los dieciocho tiraba piedras en rutas del gran Buenos Aires. Los fines de semana, ausente a fiestas, boliches y mensajes de texto, descifraba, aunque le tomó un año, el capítulo I de Das Kapital, para ese entonces hablaba alemán. Quiso, pero no pudo, leer haikus en japonés. Cuando enfrentó el pedregoso camino de escribir comprendió que adjetivaba en forma obvia y en tríadas. Las cosas no eran sólo cosas, eran sombrías, intrigantes y despreciables, o transparentes, potenciales y bellas, o precisas, algebraicas y desnudas. Peor le hacía darse cuenta que cada vez que iba a Santa María de los Corderitos, la pampa desplegada a lo largo del viaje -una vaca, una vaca, pasto, una vaca, una fila de árboles, pasto, un árbol, pasto, una vaca, pasto, un árbol, pasto, tres vacas, un ternero, una nube, pasto, pasto, pasto, pasto y una vaca, pasto, una nube-, el único adjetivo que encontraba era inmenso. Le molestaba su propia obviedad, después se sintió elitista porque le molestaba la obviedad. Inmenso. Viajaba en tren a su pueblo, la mano sostenía una lapicera sobre un papel muy blanco, sus ojos blancos de mirar la hoja blanca; pensaba en Daiana.

“Inmensa Daiana”, escribe y cierra el cuaderno.

jueves, 16 de abril de 2009

Citas

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Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.

J. L. Borges (El amenazado)



- Esto es inaudito, Dios hizo el mundo en siete días, ¡siete!. Y usted tarda meses en hacerme un pantalón.
- Pero señor, mire usted el mundo (gesto de desprecio), y mire mi pantalón (gesto de admiración)

Samuel Beckett


En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza.

Federico Niestzche (Sobre verdad y mentira en sentido extramoral)


No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Julio Cortázar (instrucciones para dar cuerda a un reloj)