miércoles, 18 de noviembre de 2009

Automaticos de borracho

Sus ojos nacieron el día en que la vi caer de una gota de Rocío y al salir del agua me acerqué a ella con un suspiro entre las manos y le dije que viese: “mirá”, le dije, “mirá”; entonces dos perlas asomaron por dentre sus orejas, un poco lastimadas por el pasto, y se posaron equidistantes de sus narices, casi como un yogurt, para comérsela a béselos, para comérsela…
Después nacieron sus piernas, sus manos, sus caderas. Pero esa es otra historia.

Cuando a un tiempo nacieron los sonidos del agua y del mar, yo estaba veraneando en Cancún, por entonces una inmensa playa sin más que palmeras secas, apenas acariciadas por una lluvia sin cauce. Recuerdo que vi las olas, que yo desconocía, claro, que eran así y que se llamaban olas, las vi acercarse como panteras descriptas por palitos de la selva, acercarse a miles de metros por minuto, o kilómetros, que es lo mismo decir, y entonces no pude evitar sentirme bien, sabía que con el mar y los ríos la Tierra tendría vida a lo pavote, para tirar para arriba.
Me reí un poco de las rocas, los gases, el fuego, que iban a sentir cierta invasión ahora que el agua se hacía presente, pero “que se jodan”, pensé, ellos se lo buscaron.

Todos los hombres somos el gran David que derribó a Goliat, y el gran Goliat que tropezó en la hora cumbre. Todos los hombres somos el horror, el espanto, el heroísmo y la tragedia, la pequeñez ensalsada y la grandeza corroída. Pero después de arrojarlo al suelo y de hacerlo comer polvo, derrotarlo y matarlo, después de su gran hazaña que lo enalteció y lo catapultó, qué mejor verbo, a las sienes de la historia, después de tan glorioso asesinato, el buen David seguía siendo un enano sucio con complejos de inferioridad; y el buen Goliat ese gran hombre que tuvo un mal día.

Tuve el ansia de sangre que demuestran las bestias al comer a otro ser vivo el día que Alma me tocó el timbre y me anunció que se había enamorado de otro. Ahí nomás me le tiré al cuello, agazapado, y se lo devoré con el placer que uno come la carne humana cuando sabe que por los gritos del ser comido, vendrá la policía, y que éste será el acto más placentero que uno ha de ejecutar en los próximos diez o veinte años. La comí desgarrándole los músculos del cuello, creo que alguna vez mencionó cierta contractura a la altura de las cervicales, yo, la verdad, no la noté. Sí, en cambio, noté sus senos blanditos, sus nalgas asables, sus poderosos gritos diciendo, una y otra vez, que no, no, que no. “De otro”, se había enamorado de otro. Qué gracioso. Alma, ojalá descanses en paz en algún lugar del inframundo. Que el paraíso tenga la delicadeza de tus ojos al rodar por el pavimento. Oh, Alma, ruega por mí.

1 comentario:

Ana dijo...

me da pena ver que es tan vieja esta entrada, y que no hay nuevas.

Uno de los mejores textos que leí en blogs al azar. Me sentí identificada en cierto nivel muy íntimo

Espero que leas algún día este comentario, y saber que seguiste escribiendo.
Mucha suerte